MI PEQUEÑO TESORO
Se vistió de primaveras el rostro, como todos los días, frente al espejo!
Helena discutía con sus recuerdos mientras la suave brisa, que entraba por la ventana susurraba los quejidos de su pensamiento.
Una mañana como la de todos los días de su divagar en París; Al horizonte la torre Eiffel impetuosa se erguía coqueta! Mientras los rayos de sol con suavidad la acariciaban.
Pero había algo diferente en los ojos de Helena hoy, una leve alegría que apaciguaba su apesadumbrada vida, y ella, lo notó; Sonrío suavemente con esa sonrisa que enamora hasta el más sonoro quejido!
Dibujó una línea que contorneaba sus grandes ojos color miel, como demarcando un trigal; su teléfono sonó y la despertó de ese atardecer en que se encontraba sumergida, mientras aplicaba su pestañina, corrió hasta el pequeño sofácama y su sonrisa desparpajada se confundió con el ruido de la ciudad; del otro lado de la línea le contestó un silencio seguido de un suspiro y ella supo que era él!
Su joven corazón, imaginó que debía correr a ese lugar, donde se encontraban cada mañana, antes de entrar a su taller de arte en los suburbios de la ciudad, el infalible tiempo, alocadamente corría, como presintiendo el desazón de la soledad.
Al regazo de sus ojos, afloraron suspiros del alma adolorida, como copos de nieve;
Se alejó caminando despacio como contando los pasos, en la bruma de su pensamiento! arrancándole, en cada paso en que se alejaba, un aguijón al silencio! Que carcomía sus huesos!
No hubo un instante en que su corazón no palpitara con la brisa que provocaba el aliento de su amor!
La leve brizna, de la mañana, como prisión invisible, enjaulaba su encanto, como para no liberar ese sentimiento que aprisionaba su alma!
Con cada paso su figura se perdía en la lejanía, simulando sobre el tiempo el rastro del barco sobre el agua; Cuando el viento febril Infla las velas de sus sueños.
No fue más tardía su espera, cuando el silbido de las carcajadas de los jovenzuelos, saliendo del mágico mundo de los trazos, la sacó de su letargo.
Alfonsina, la de sonrisa al viento y grandes ojos claros, se acercaba cual mariposa que revolotea de flor en flor.
Helena! Helena!......
Ella descubrió su rostro del velo de la tristeza y sonrió tenuemente, te estuvimos esperando en clase!! Replicó Alfonsina y ella con vos pausada contestó! Yo también estuve esperando!
Se dio la vuelta y sé fue……
Al atardecer los rayos del sol iluminaban la ciudad y ella aún reclinada sobre el viejo sofácama, con la mirada perdida en el vacío sinuoso de sus recuerdos, sollozaba.
La madre de Helena alta, desgarbada de figura lineal, como trazada con la más fina escuadra, sacada de la más hermosa fábula, de grandes ojos enmarcados en lentes redondos de fino carey.
Replicaba Helena! Helena! Se hace tarde para el colegio, Helena abrió sus ojos color miel y esbozó una sonrisa que iluminó el día, un suave y aterciopelado beso sobre su frente posó su madre y como viento agitando un trigal la mano de su madre desparpajo su cabello castaño, esos buenos días avivaban sus sueños de infancia.
Las calles angostas de barrios mágicos enclavados en los suburbios de parís era el marco perfecto para la llegada de Helena a su trabajo, el viejo LOUTRE un restaurante donde los creadores de mágicos mundos se reunían a desgastar sus raídos sentimientos, plasmados en lienzos blancos, tortuosos, y torturantes cuando están en blanco!
Edgar pintor de baja estirpe y figura bonachona semejante al fiel escudero de don quijote se sentaba siempre justo al lado de la ventana desde donde divisaba las mesdemoiselles que entraban los viernes en la noche, julio su compañero de andanzas sonrojada mente lo miraba, por encima de el lomo del viejo libro, del cual recitaba cortos fragmentos, para recriminar a Edgar “confirmándose a sí mismo, se dió a entender que no le faltaba otra cosa, sino buscar una dama de quien enamorarse, porque el caballero andante sin amores, era árbol sin hojas y sin fruto, y cuerpo sin alma.”
Helena con vestido blanco ceñido que enmarcaba sus hermosas curvas como carreteras esculpidas en las verdes tierras de donde había salido, apaciguadas por un delantal negro; caminaba por entre las mesas como la brisa tenue, acariciando los silencios. Era un momento de inspiración para aquellos arquitectos del silencio.
El colegio era el proceso febril de Helena para imaginar mundos de colores, en su recorrido hacia él, encontraba rosas que se defendían con sus espinas, girasoles que no morían de frío porque siempre estaban de frente al sol, margaritas que no se deshojaban entre el amar y no amar porque siempre amaban!
Poco antes del atardecer cuando las calles de parís aún palpitan con los turistas abrumados por la imponencia de la tortuosa historia, Helena danza por las calles de remoquete de la insinuosa ciudad, se dirige al viejo LOUTRE donde el sueño se aletarga todos los días.
Esa mañana no fue como la de todos los días, Helena escuchó el repique del teléfono y corrió; al levantar la bocina solo escucho el silencio, que dijo yo también te estuve esperando!
Un amor que nunca vio la luz del día porque ella no quiso, fueron más importantes, sus sueños de plasmar mundos mágicos en los lienzos que pintar un mundo mágico para él, donde las paredes fueran los lienzos, y el escenario rompiera su silencio con un
mamá!
TU HUELLA SOBRE EL MAR
Como una brisa suave, le acarició el recuerdo, que se había perdido, el día que partió, un 17 de mayo, se alejó sin dejar huella como el barco sobre el mar.
Alicia la de rostro suave, piel de Durazno y grandes ojos azules, no pudo más que contener el llanto, que brotaba de su entramado océano de sueños, al ver como se alejaba el barco de papel ,que su padre le había enseñado a construir cuando aún, era solo una niña, esos recuerdos que sucumbían con el paso del tiempo y de vez en cuando se agolpaban a orillas de sus grades ojos azules para recordarle que un día tuvo sueños, y que esos sueños, como mariposas, en jardín de primavera le impulsaron cuando niña.
Maria Constanza interrumpió con sus acostumbrados, saltitos de gacela enjaulada que provocaban los zapatos de charol, que su tío abuelo le había regalado, para su cumpleaños número 7.
Lucia le sonrío Soslayádamente y acarició con suave Mirada los cabellos largos en cascada de María Constanza, rojizos como la caída del sol en el llano colombiano, el horizonte de lucia se ilumina con cada sonrisa de su Hermana menor.
Porqué? Lloras, pregunta la pequeña con su voz de brisa en primavera; un sueño que murió y con mis lágrimas, quise que germinara, contesto ella, con sonrisa pausada y la tomo entre sus brazos, nunca permitas que nadie, te diga, que no puedes, le susurro, posando sus labios de jardín de rosas florecido sobre la mejilla de la pequeña.
La mañana siguiente, el danzar sonoro de la lluvia sobre el tejado adornaba con melodías indescifrables el despertar de las margaritas, begonias y pompones que adornaban el patio, delimitado de acacias por donde la experiencia y el amor maternal, recorría todos los días como contando los pasos, la abuela de cabello de plata brillante, que iluminaban los días de la familia de Alicia, las incontables sonrisas, alegrías y tristezas adornaban el rostro de la abuela con arados que semejaban los campos floridos a punto de dar sus frutos; Lucia era su nombre, ese caminar lento, semejando el rastro del bote sobre la mar, dando vida con su sonrisa de fragancia de jardín en otoño a toda la familia con su sabiduría.
Su recorrido de todos los días con pasos pausados, era de su alcoba, un pequeño recinto, que al entrar recalcaba los años y el paso del tiempo, sobre su sillón de madera rústica en el cual navegaban sus recuerdos en el tiempo al caer de la tarde, donde después del almuerzo solía reclinarse y mecerse hasta conciliar su encuentro con las estrellas esperando el paso de la estrella fugaz que recordara, su compañero de infancia.
Alicia, solía apaciguar esos atardeceres con inusuales melodías sacadas de un lamento del alma, de vez en cuando por sus mejillas de Durazno, solía recorrer un manantial brotado de sus grandes ojos azules, muy tenuemente la brisa de las acacias que solían acompañar sus lamentos se llevaban en aquel vaivén algunos de sus recuerdos más dolorosos; como el día en que los años le arrebataron a su padre, cuando aún siendo niña el ver regresar a su padre por el sendero que comunica las faldas de la montaña con el jardín que adorna la casa, le hacían sentir libre, entre los brazos de su padre. En ciertas ocasiones el ruiseñor rozaba sus labios con una cierta sonrisa, mientras ella sentada frente de su computador escribía los artículos para aquella revista de farándula.
De las cosas que enamoraban de Alicia era esa posibilidad de sufrimiento, pues escribir sobre aquellas historias de princesas y príncipes irreales le hacían germinar en su alma ciertas angustias, que transformadas en riachuelos recorrían sus hermosas mejillas; vidas vacías, amores inconexos, sobre los que tenía que escribir para mantener una audiencia apartada de la posibilidad de soñar despierta. En la vida de Alicia esto mantenía anclados sus sueños en el Puerto de la infelicidad.
A la mañana siguiente la caricia de los rayos del sol se posaron en sus mejillas, y la brisa mañanera rozó sus labios, bastó abrir sus grandes ojos para descubrir a través de la ventana, sobre el buganvíl el ruiseñor de plumaje castaño rojizo, que solía espiarla por las mañanas, esperar que abriera sus hermosos ojos para entonar las más bellas melodías, esto hacía parte de un ritual al cual ella no estaba dispuesta a renunciar, ella abría sus ojos y el ruiseñor abría su pico para entonar su canto, aquella escena era un poco dantesca de no creer, como si el ruiseñor necesitara ver sus ojos de azul profundo, para sentir que su canto tenía algún sentido, todas las mañanas se sentía un romance, de enamorados, Alicia sonreía y el ruiseñor emprendía su vuelo, Alicia divisó por la ventana, el caminar pausado de la abuela que se dirigía a la cocina, como todas las mañanas!
Un pequeño pensamiento le sobrecogió ! y cuándo ya no esté? Se preguntó.
Ella nunca se había cuestionado sobre esto, cuándo no esté? Su Mirada no podía dejar de seguir a la abuela que se alejaba, como aquel rastro del barquito de papel. Maria Constanza le sacó de su letargo, al entrar como torrente de inminente alegría, la que solía plasmar en su Mirada febril de infancia, esa que nunca el ser humano puede permitir sea borrada de la Mirada, porque una vez es borrada de la Mirada, los sueños se diluyen y se ven cada día más lejanos.
Soñaste preguntó ella, por un momento dudo, si ,contestó; María Constanza con sonrisa de ilusión revoloteando cual mariposa en plena primavera por la habitación, narró a su Hermana, los entretenidos sueños que aquella noche en su silencio enamorado la luna le había acompañado.
Hay algo en Alicia que nubla el cielo de sus ojos, azules, brillantes, de esas miradas que besan el alma y más allá! ; Unas cuantas nubecillas de soledad, recorren su Mirada, como brisa de otoño, viene su alegría y se las lleva.
Ese soñaste! retumbaba en su interior, observando el pequeño estanque, rodeado de cedros, robles, guayacanes y sauces, que se alcanzaban a divisar desde la parte posterior de la casa, la brisa melancólica de los árboles al caer de la tarde, formaban pequeñas olas, sobre el estanque y un temor como frío de soledad en el universo de los pingüinos le invadió, no pudo contestar el interrogante que su rostro en el espejo le hizo; soñaste!
Lo que más le invadió el alma fue el no poder contestar aquella pregunta cual saeta que le atravesaba el alma!
Y tú, aún sueñas! O has dejado que se pierdan en el mar de la rutina, puede suceder que soñaste cuando permitías que tu barquito de papel surcara los mares de la fe!.